miércoles, 27 de octubre de 2010

Crítica "Todos eran mis hijos" (Arthur Miller)


Género: Teatro
Título: Todos eran mis hijos (1947)
Autor: Arthur Miller
Dirección y adaptación: Claudio Tolcachir.
Actores: Carlos Hipólito, Gloria Muñoz, Manuela Velasco, Fran Perea, Jorge Bosch, Nicolá Vega, María Isasi.
Sala: Teatro Español, Madrid.
Fecha de la representación: martes 26 de octubre, 20:00h


Hasta donde un padre es un padre

De las únicas cinco veces que Todos eran mis hijos se ha montado en nuestro país, han pasado ya veintidós años desde la última. Esta vez ha sido Claudio Tolcachir, en el Teatro Español quien se ha atrevido con este gran texto del gran dramaturgo Arthur Miller, con un elenco a caballo entre veterano (Carlos Hipólito, Gloria Muñoz) y primerizo en Teatro (Manuela Velasco, Fran Perea) o, lo que es lo mismo, entre certero y arriesgado.

Los Estados Unidos poco después del final de la Segunda Guerra Mundial no son España hoy día, pero si esta obra es fácilmente comprensible aquí y ahora es porque contiene un radical análisis en valores hoy vigentes: los valores sobre los que se asienta la sociedad burguesa, la familia de clase media, la primacía de lo económico sobre lo moral, la lucha contra los sentimientos de culpa, el autoengaño y la consecuente tragedia cuando la asunción de responsabilidad (la lucidez) llega. Sobre estas premisas se asienta la familia Keller, que podría ser la tuya o la mía, cambiando el contexto de post-guerra y la empresa de piezas de armas por el contexto de cualquiera de nuestras sociedades capitalistas y cualquier empresa familiar.  Es por todo esto que la obra ha tenido éxito aquí y ahora,  como triunfó en Broadway en 1947.

La escenografía y el vestuario, de Elisa Sanz, son acertadas, así como las actuaciones de los destacables secundarios Jorge Bosch (en el papel de George Deber) y María Isasi (Sue Bayliss). Aunque hay algo que alegar al conjunto, algo que se aleja de lo que el director ha llamado “TEATRO en su forma más pura y contundente” (sí, Teatro con mayúsculas). Las piezas que no acaban de encajar provienen de la dirección de actores y de la propia adaptación del texto a nuestra lengua, lo que da lugar a cierta falta de credibilidad, a que el espectador sienta en reiteradas ocasiones que está atendiendo a una consecución atropellada de conflictos, sin apenas introducción, con rápidos desenlaces de la tensión dramática.

 No convence el comienzo de comedia blanca (parte en la que también se acusa cierta falta de coherencia y naturalidad en los diálogos con el texto -y contexto- original) donde, en vez de ir preparando al público para lo que se avecina, no se encuentra, sin embargo, ni rastro de inquietud en el ambiente.  De hecho, si el espectador acudiese sin ninguna idea previa sobre la obra, podría pensar que va a pasar el resto de los 95 minutos ante un juego teatral inofensivo, con recurrentes gracias insulsas. Y los giros de guión, tanto en Teatro como en Cine, son un recurso muy válido, pero, para que sean realistas, se deben realizar de tal modo que se aprecie cierta latencia del conflicto.

Así, la pareja de los jóvenes Chris Keller (Fran Perea) y Ann Deever (Manuela Velasco), hijo y amiga de la infancia, se pierde en este puzzle sin resolver y no resultan del todo convincentes (ella algo más que él). No se puede decir lo mismo de Carlos Hipólito y Gloria Muñoz, los padres Keller, quienes salen casi ilesos de estos giros lingüísticos y actorales, en un ejercicio brillante de fuerza escénica, desencadenando un final redondo, con un sobrecogedor mutis de la esposa que hace que la sala, durante los instantes que dura el silencio, empatice de forma total con todo el sufrimiento de esta madre y, por fin, con este drama familiar.

Belén Lobos

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